La definición de salud mental propuesta por la Organización Mundial de la Salud (OMS) se organiza en torno a una perspectiva hedónica y eudaimónica, en la que se asigna un papel clave al bienestar y la productividad de la persona. Si bien considera que el bienestar es un objetivo deseable para muchas personas, su inclusión en la definición de salud mental ha generado preocupaciones para muchos.
El bienestar incluye el bienestar emocional, psicológico y social, e implica sentimientos positivos (Por ejemplo: Felicidad, satisfacción), actitudes positivas
hacia las propias responsabilidades y hacia los demás, y funcionamiento positivo (Por ejemplo: Integración social, actualización y coherencia).
Sin embargo, las personas con buena salud mental experimentan una amplia
gama de emociones, como tristeza, ira o infelicidad; la mayoría de los adolescentes suelen estar insatisfechos, descontentos con la organización social actual y pueden carecer de coherencia social.
¿Significa esto que no gozan de buena salud mental?
Una persona responsable de su familia puede sentirse desesperada después de ser despedida de su trabajo, especialmente en una situación caracterizada por escasas oportunidades laborales.
¿Deberíamos cuestionar su salud mental?
En realidad, elevar el nivel de la salud mental puede crear expectativas poco realistas, alentar a las personas a enmascarar la mayoría de sus emociones mientras fingen una felicidad constante e incluso favorecer su aislamiento cuando se sienten tristes, enojados o preocupados.
A la luz de las consideraciones anteriores, se propuso una nueva definición: La
salud mental es un estado dinámico de equilibrio interno que permite a las
personas utilizar sus capacidades en armonía con los valores universales de la
sociedad.
Habilidades cognitivas y sociales básicas; capacidad para reconocer, expresar y modular las propias emociones, así como empatizar con los demás; flexibilidad y capacidad para hacer frente a eventos adversos de la vida y desempeñar funciones sociales; y la relación armónica entre cuerpo y mente representan componentes importantes de la salud mental que contribuyen, en diversos grados, al estado de equilibrio interno.
La salud mental es una piedra angular importante de la salud (Prince et al.
2007). Actualmente, las enfermedades mentales y psicológicas pueden ocupar el
primer lugar en la carga mundial de morbilidad, al mismo nivel que las enfermedades cardiovasculares y circulatorias (Vigo et al. 2016). También se ha
convertido en uno de los tres factores principales que afectan los años de supervivencia de la discapacidad (AVD) en la carga de morbilidad en China (Zhouet al. 2019). Por tanto, la crisis psicológica provocada actualmente por la pandemia de COVID-19 no debe ignorarse.
Se han señalado los desafíos para la salud de la era posterior a COVID19. Por
ejemplo, a algunos académicos les preocupa que la aparición de un gran número de enfermedades cardiovasculares crónicas en la era posterior al COVID-19 provoque una nueva tensión a corto plazo de los recursos médicos o un aumento de la presión laboral del personal médico (Allahwala et al.2020).
Es por eso que deben emplearse medidas de salud mundial para abordar los
factores de estrés psicosocial, en particular los relacionados con el uso del aislamiento/cuarentena, el miedo y la vulnerabilidad entre la población en general.
Una respuesta global inclusiva debe incluir un enfoque en el impacto de la salud mental de los pacientes y la población en general. La información de los medios y las redes sociales debe controlarse de cerca y las intervenciones psicológicas de apoyo comunitario deben promoverse a nivel mundial.
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